El pasaporte abarrotado de sellos de Diana Fernández Soutullo, abogada gallega de 32 años, es el mejor testigo de sus viajes por todo el mundo. Miembro de la segunda generación de juristas de la familia Soutullo, Diana estudió Derecho y diversos postgrados en práctica jurídica y derecho internacional pensando que acabaría trabajando en una institución como la ONU o la Unión Europea. Por eso, desde pequeñita aprendió a hablar varios idiomas y hoy, junto a sus lenguas maternas –el castellano y el gallego-, domina el inglés, el francés y el portugués, y se defiende bastante bien en alemán. Esta envidiable capacidad para hablar otros idiomas (incluso dice que no habla “idiomas raros” pero tiene la suerte de entender lo que le quieren decir) le ha permitido dedicarse a la internacionalización de empresas, una tarea que ha llevado a cabo con gran éxito en más de 30 países, desde Kenia y Kazjstán a Dubai o Australia.Hoy tenemos el placer de charlar con nuestra coworker más internacional sobre temas como la propiedad industrial o el derecho de las TIC, en los que es especialista.
Tu sueño de pequeña era trabajar en las instituciones europeas, ¿por qué cambiaste de rumbo?
Pude probar la experiencia de trabajar en el Parlamento Europeo y me di cuenta de que no era lo que yo esperaba. Quizás se deba también a que era muy jovencita –tenía 23 años-, pero rápidamente llegué a la conclusión de que aquello no cumplía mis expectativas. Por el contrario, el mundo empresarial sí que se adaptaba más a lo que buscaba, ya que es mucho más dinámico. Como buena gallega, sentí que el mundo es muy grande y necesitaba verlo. Así que cogí las maletas y me fui a Australia. Al volver, creí que iba a trabajar en Bruselas en algún organismo sectorial, pero el destino me llevó a una empresa ubicada muy cerca de mi pueblo natal, Sanxenxo.
¿Cómo fue aquella primera experiencia en la empresa privada?
Era una empresa dedicada al turismo de salud en la isla de A Toxa, donde me encargaba de la asesoría jurídica interna y de la internacionalización de la empresa. Tuve así la oportunidad, desde muy joven, de crear un departamento de expansión internacional y llevar a esta empresa gallega a Portugal, Francia y Marruecos. En esa época se sucedieron muchos viajes por el mundo y llegué a trabajar en banca, aunque fue algo experimental.
¿Decides entonces dar un nuevo giro a tu carrera?
Sí, era el año 2011 y todo el mundo decía que no era buen momento para cambios, pero en la vida hay que moverse. Sin pensarlo mucho, me presenté a una oferta de trabajo en una empresa de Madrid y a los cinco días estaba trabajando allí. Al principio me costó adaptarme a la vida en Madrid pero, a día de hoy, estoy muy contenta. He trabajado para una multinacional con base española en el sector de las telecomunicaciones, donde descubrí el amplio abanico de posibilidades de la industria tecnológica y el vacío legal o de prestación de servicios jurídicos en ese ámbito. Fueron dos años muy intensos, viajando también por todo el mundo, y al final llegó un momento en el que vi claro que debía trabajar por mi cuenta.
¿Qué te motiva finalmente para empezar a trabajar por cuenta propia?
Como profesional liberal, trabajando para otra empresa no siempre estás de acuerdo con las decisiones que se toman, o te gustaría llegar más lejos, prestar un mejor servicio, ayudar más a la comunidad… Me he especializado en internacionalización y tecnología porque me parece fundamental diferenciarse en alguna materia. El mundo se mueve a tal velocidad que es imposible abarcar todas las reformas. Y como vivimos en un mundo global y las nuevas tecnologías son globales, decidí apostar por estos campos.
Y en medio de esta trayectoria internacional, ¿cómo y por qué acabas trabajando en un espacio de coworking? ¿Está siendo positivo para ti desde el punto de vista profesional?
Podía haber buscado una oficina compartida, pero pensé que necesitaba un espacio con una línea neutra, en donde poder recibir a los clientes, pero, sobre todo, donde pudiese relacionarme con otras personas.
Para mí, estar en Workcase tiene muchísimos aspectos positivos: la ubicación, el trato, las posibilidades de colaboración con otros coworkers… Es además un espacio de coworking muy diferente a otros, me gusta mucho su línea y el ambiente que se ha creado entre la gente. Ni siquiera a largo plazo me planteo buscar una oficina propia. En Estados Unidos, ya hay despachos de abogados que siguen esta filosofía y trabajan en espacios completamente abiertos. Cada vez es más necesario colaborar con otros equipos y profesionales; no debe extrañarnos que haya un abogado junto a un farmacéutico o un informático. Y para mí, que estoy especializada en el mundo de la tecnología, esto es fundamental. Un abogado no puede conocer al dedillo el mundo de la tecnología si no está en contacto con matemáticos, informáticos y telecos.El mundo tradicional de los despachos sobrios y de color verde seguirá existiendo, pero convivirá con una línea más moderna de espacios amplios y abiertos en los que trabajen diferentes perfiles profesionales.
Como experta en derecho de las TICs, ¿a qué novedades legales nos aconsejas que prestemos atención en los próximos meses?
Nunca se ha generado tanta normativa y a tantos niveles (autonómico, estatal, europeo…) como la que afecta hoy a las nuevas tecnologías. Un cambio importante es el que afecta a la normativa para los consumidores y usuarios, ya que las tiendas online deberán adecuarse, antes del 14 de junio, a la nueva regulación. Si no se adaptan antes de ese plazo, sufrirán una penalización.
Otra campaña en la que estoy trabajando ahora es la que afecta a las farmacias online que, aunque todavía no pueden vender medicamentos, sí pueden ya vender otros productos. Debido a la falta formación en el sector (hiperregulado y muy conservador), muchas empresas no están dando los pasos que serían necesarios.
En cuanto a las famosas controversias sobre la propiedad intelectual en Internet y las descargas ilegales, habría que analizar caso por caso, pero es evidente que no hay creación si el creador no gana dinero. Las plataformas tecnológicas no pueden pretender beneficiarse de la obra de un creador sin que este reciba dinero. En cualquier caso, vivimos en un mundo tecnológico y no se puede entender la protección de la propiedad intelectual del mismo modo que se entendía en el siglo XIX